martes, 21 de diciembre de 2010

lunes, 20 de diciembre de 2010

Elisa, ya no vive aquí

_ Pase señora X, la estaba esperando. Sabía que vendría.
La mujer, de unos cincuenta años, de ojos cansados y facciones soñolientas, aparentaba más edad de la que tenía. Intentó un esbozo de sonrisa, pero sólo consiguió aumentar sus arrugas, como si una red invisible pugnase por extenderse sobre su rostro. Se apartó del umbral e hizo un gesto con la mano, invitándome a entrar; pero no me moví. De hecho, cuando llamé a la puerta, dudaba cómo presentarme y qué decir, y ahora la familiaridad de la buena señora había obrado el efecto contrario, confundiéndome aún más. Permanecí inmóvil algunos segundos, con cara de aturdida, hasta que por fin reaccioné.
- ¿Me conoce usted? - pregunté con un hilo de voz.
-  Naturalmente. Elisa nos habló mucho de usted.
- ¿Está ella? - volví a inquirir algo insegura.
- No, no está - dijo la mujer al tiempo que repetía el ademán para que pasase al interior. Noté el temblor de su voz y un débil aleteo en sus labios que se hizo mucho más perceptible en la última sílaba.
Entré al fín en la vivienda. En el estrecho trozo de pasillo que hacía las veces de recibidor apenas había cuatro cosas. Estaba embaldosado con convencionales losetas cuadradas blancas y negras. El aspecto ajedrezado no habría sido muy acogedor para quien hubiera padecido complejos de inferioridad, o se sintiese un peón movido por las circunstancias. Para mí, por ejemplo. Una percha algo deslucida, justo detrás de la puerta; un taquillón sobre el lateral que, a pesar de sus reducidas dimensiones, dificultaba aún más el paso; un espejo de filos dorados justo encima de él; y, a la izquierda, en el otro lateral, una gran foto enmarcada, formaban todo el mobiliario del pequeño recibidor. La foto era de Elisa. Estaba preciosa. Tan preciosa como aquel día en la playa, cuando la conocí...
J.J.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El Presente



Lo único decente que he encontrado.

Una Cruz en el Camino III

Instintivamente aminoré la marcha y me pegué un poco más a la raya que delimitaba el arcén. Cuando apenas si me separaban veinte metros de la cruz, tuve la certeza de lo que estaba viendo. Algo me apretó el pecho y sentí como se me encendían las mejillas, era un calor contradictorio porque, en realidad, me había quedado helado. La cruz seguía allí. A pesar de la semioscuridad podía verla con relativa claridad, sólo que esta vez lucía increíblemente blanca y un gran ramo de flores rojas colgaba en bandolera de uno de sus brazos... Y la inscripción. Unas letras; en la distancia, apenas unas manchas oscuras, seguramente negras, como pecas sobre el blanco.
Mi primera intención fue la de pararme, pero titubeé. Nunca lo había hecho. A pesar de que cientos de veces me había asaltado la tentación de deternerme y verla de cerca, siempre busqué alguna excusa en mi subconsciente para no hacerlo: "El arcén es muy estrecho para estacionar el coche..., "en esta zona de la autovía esta prohibido detenerse...". Excusas, siempre excusas para disimular la misteriosa atracción que sintiera desde que la descubrí.
Llegué a su altura y la rebasé aún con la duda de saber qué hacer. Frené bruscamente al tiempo que giraba el volante hacia el arcén. El conductor del automóvil que circulaba inmediatamente detrás mía me lanzó una ráfaga de luz, y estoy seguro de que no fue lo único que me lanzó. Di marcha atrás unos metros y bajé parsimonioso. Allí estábamos; al fin frente al frente. Me temblaban las piernas y no era capaz de remediarlo. Hice un esfuerzo por controlarme. Aquello era ridículo. ¿De qué podía tener miedo? Seguro que dentro de unos minutos sentiría vergüenza de aquella absurda situación. Crucé decidido los escasos metros que me separaban de la cruz. Efectivamente, la habían encalado y tenía una leyenda. Las flores, claveles rojos enlazados a modo de improvisada corona, ocultaban parte de la inscripción. Las aparté lentamente....

Subió al coche con una parsimonia que más pareció un autómata que un ser humano. De la misma forma mecánica uso el contacto y arrancó, incorporándose a la calzada. Al camión aún le dio tiempo de tocar desesperadamente el claxon e intentar sobrepasarlo por su derecha, pero fue inútil. Un ruido  metálico y el crujir de mil chapas se fundieron en un segundo con un chirriar de frenos y de cauchos. Tras unos instantes de desesperante silencio, sobrevino una terrible explosión que, con un estrépito de desgarro, lanzó los restos del coche contra el guardarraíl, dejando el asfalto cubierto de una amalgama de hierros retorcidos y en el aire un discreto olor a arrabio caliente.
Murió al instante, pero al fin lo supo; aquélla cruz llevaba un nombre: el suyo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Tiempo

Hay un tiempo para nacer y un momento para morir.
Hay un tiempo para plantar y un momento para arrancar.
Hay un tiempo para matar y un momento para sanar.
Hay un tiempo para destruir y un momento para edificar.
Hay un tiempo para llorar y un momento para reír.
Hay un tiempo para el duelo y un momento para la fiesta.
Hay un tiempo para lanzar piedras y un momento para recogerlas.
Hay un tiempo para abrazarse y un momento para separarse.
Hay un tiempo para intentar y un momento para desistir.
Hay un tiempo para guardar y un momento para gastar.
Hay un tiempo para romper y un momento para coser.
Hay un tiempo para callar y un momento para hablar.
Hay un tiempo para amar y un momento para odiar.
Hay un tiempo para la guerra y un momento para la paz.

Pequeño

lunes, 13 de diciembre de 2010

Una Cruz en el Camino II

¿Cuántos años llevaba viéndola? De ponerme a pensar, seguro que podía decirlo con exactitud meridiana. Bastaba con retraerme a la fecha en que, bastantes años atrás, trasladé mi domicilio a aquella pequeña ciudad-dormitorio, ya que, desde la primera vez que hice el trayecto hacia mi nuevo trabajo, la descubrí. Así que si algún meticuloso me preguntaba al respecto, sólo tendría que contar los días laborables habidos en los últimos quince años.
La cruz, clavada sobre una pequeña duna arenosa, se encontraba ligeramente ladeada hacia la derecha, medía unos ochenta centímetros de alto, los brazos cortos no superaban el medio metro, era de hormigón, o al menos tenía color cemento, y nunca supe si alguna vez fue de otro color. Probablemente así era, pero yo siempre la conocí del mismo tono triste, grisáceo, bateada en sus zonas más sombrías por un verdín incipiente, fruto del abandono y de los años a la interperie. Estaba situada a escasos tres metros del arcén y a unos cinco de la vía férrea y si tenía algún rótulo o leyenda, no era visible, al menos desde la calzada. Muchas veces pensé en acercarme y comprobarlo, que nada mejor para vencer la tentación que caer en ella, pero por alguna extraña razón nunca lo hice. En determinadas épocas del año, primavera, sobre todo, los matorrales y el forraje llegaban a ocultarla casi por completo. Pero yo sabía que ella seguía allí, paciente, misteriosa, casi eterna. Era tan sólo una cruz, me lo había repetido muchas veces; ¿por qué, entonces, me fascinaba de aquella manera? ¿Por qué aquella irresistible atracción? ?Qué extraño influjo ejercía sobre mí para que, a pesar de verla diariamente, no poder pasar a su lado sin mirarla y hacerme mil preguntas? ¿Por qué estaba allí? ¿En recuerdo de quién se había erigido? Si alguien la había levantado en memoria de un ser querido, ¿por qué siempre estuvo en aquel estado de abandono? Demasiadas preguntas para algo que, sin duda, era mucho más simple de lo que mi inquieta imaginación pretendía. A veces llegue a la conclusión de que, en definitiva, mis intrigas y fantasías no eran más que un pretexto: un "algo" que me ayudaba a hacer un poco más atrayente el hastío y la monotonía que supone lo cotidiano.
El sol se anunció a lo lejos impaciente, majestuoso; cicatrices de color en un cielo casi desprovisto de nubes. Era esa hora incierta en que uno no sabe si es mejor llevar las luces encendidas o no, porque, de todas formas, la visión de la calzada es siempre dificultosa. Pero aquel circular entre dos luces era algo a lo que estaba acostumbrado; por eso, a medida que aquel día me aproximaba a ella, supe al instante que algo no encajaba en el conjunto....... 
J.J.

De mi para ti



Porque no me hace falta dedicartela por la radio. Te quiero

¿Qué vale más?

¿Qué vale más?
¿La buena fama o el buen perfume?
¿Vale más el día en que se muere o el día en que se nace?
¿Vale más ir a un funeral o ir a divertirse?, pues la muerte es el fin de todo, y los que viven debieran recordarlo.
¿Vale más llorar o reír?, pues podrá hacerle mal al semblante pero le hace bien al corazón.
¿Vale más pensar en la muerte o en divertirse?
¿Vale más terminar un asunto o comenzarlo?
¿Vale más ser paciente o ser valiente?
No te dejes llevar por el enfado, ni la ira, ni los malos modos, porque todo eso es propio de gente necia.
Nunca te preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor, pues no es una pregunta inteligente.
Cuando te vaya bien, disfruta del bienestar; pero cuando te vaya mal, ponte a pensar que lo uno y lo otro son cosa tuya y que nunca sabemos lo que nos traerá el futuro.
Durante esta vana ilusión que es la vida, he visto a personas buenas que mueren a pesar de ser así, y mala gente que a pesar de su maldad viven muchos años.
No hay que pasarse de bueno ni tampoco pasarse de listo. ¿Para qué arruinarse uno mismo?
No hay que pasarse de malo ni tampoco pasarse de tonto. ¿Para qué morir antes de tiempo?
Lo mejor es agarrar bien esto sin soltar de la mano aquello.
Sin embargo, nadie en la tierra es tan perfecto que haga siempre el bien y nunca se equivoque.
No hagas caso de todo lo que se dice, y así no oirás cuando tus amigos o tus enemigos hablen mal de ti. Aunque también tú, y lo sabes muy bien, muchas veces has hablado mal de otros, incluido a tus amigos.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Una Cruz en el Camino

Eran las 7:30 de la mañana. Bostecé una vez más ante el semáforo en rojo y encendí el primer cigarrillo del día. Miré la cara del conductor del coche de al lado e, instintivamente, observé la mía en el espejo retrovisor. Necesitaba asegurarme de que mi rostro no tenía la misma pinta de malos humos que había observado en el de aquel sujeto. Bien era cierto que a aquella intespectiva hora la mayoría de los que, por motivos laborales, nos desplazábamos a la capital, presentábamos un semblante parecido: soñoliento, aburrido y, en algunos casos, malhumorado; pero el de aquel tipo era un compendio ampliado y mejorado de todo lo anterior.
Y, además, tenía prisa. Cuando el semáforo pasó a verde, apenas si alcancé a ver sus luces traseras, desapareciendo tras la curva siguiente. No sé para qué tanta prisa, me dije, por mucho que corriese seguro que me lo encontraría a la entrada de la ciudad: las colas eran inevitables.
Giré en la rotonda y me dispuse a tomar la autovía. Una curva más a la derecha y me estaría esperando, como todos los días....

J.J.

Cómo llora el Amor



A la calle me salí,
te asomaste a tu balcón
y sentí dentro de mí
alfileres en mi corazón.
Quien me iba a mi a decir
que cuando llora el amor
como si viera venir
mil personas vueltas en su aflición.
Besame la cara,
calma mis ansias,
sueña conmigo
como en un cuento de hadas.
Cuando te veo venir
a mi me duele respirar
me emborracha el elixir
que fielmente guarda tu almohada.
A la calle del olvido
se te ha caido un pedacito de mi,
se te ha caido un pedacito de mi.

A la calle me salí,
te asomaste a tu balcón,
en mis adentros vi morir
denigrada la revolución

Como puedes prescindir
y hacer llorar al amor,
hacer llorar al amor

viernes, 10 de diciembre de 2010

"Feliz HuevoNavidad"

Soy Marxista




Después de pensar mucho sobre mi tendencia política, y votar unos a otros, y comprobar que tanto PSOE como PP, son igualmente nulos, el PC solo existe cuando enciendo mi ordenador, los Verdes no dan para plantar ni 10 arbolitos, y los independentistas son, ciertamente eso.... independientes, creo que ahora lo tengo bastante claro, en las próximas elecciones generales, me pondré de parte del partido Marxista, y mi voto será para él.... lo tengo claro, por lo menos me reire un rato.

martes, 7 de diciembre de 2010

Sé lo que estas pasando

M:- Se lo que estas pasando por qué a mí me pasa lo mismo.
R:- ¿Por qué tendría que creerte?, ya no quiero que hablemos más, te dejo marchar, no quiero molestarte.
M:- No entiendo que ya no quieras hablar conmigo, dices que me dejas marchar, pero yo no me quiero ir, no quiero perder tu amistad.
R:- Ya sabes que no quiero tu amistad, no podría ser tu amiga, no estoy preparada para ser tu amiga, yo necesito que haya algo más que amistad, que pase lo que tenga que pasar.
M:- Pero, tu y yo sabemos, que no puede, qué no debe pasar nada, aunque las dos pensemos o queramos que pase. No soy de mucho escribir porque me expreso mejor hablando, pero lo que si quiero, lo que sí se, es que no te quiero perder como amiga, respeto tu decisión de no querer volver a hablarme, desapareceré de tu vida al igual que un día nos encontramos, si tu así lo quieres. Pero que sepas que aquí estaré por si quieres hablar.
R:- Sé que te gusta más susurrarme al oído, que escribir tus sentimientos, pero ya nunca estas para mí, te estás distanciando, ¿por qué lo haces?, ya no soy para ti la que era antes, no me ves igual, no me escribes, no me llamas, no contestas, ya no sientes nada por mí, no te intereso... ¿Ya no quieres seguir hablando conmigo?.
M:- Sí, reconozco que he estado algo rara, pero no distante, me ha superado por un momento el estar así, y dirás ¿cómo? ¿así?, pues si, la necesidad de hablar contigo tranquilamente sin estar siempre pendiente de si te escuchan o no. Sí, me gustaría seguir hablando contigo, por supuesto, es más, quiero seguir haciéndolo, por todos los medios posibles, me dices que no siento nada por ti, eso no es cierto, dices que no quiero nada, tampoco es cierto, si he querido y quiero tener algo contigo, también sé que tu situación es un poco complicada, por no decir imposible, me gusta hablar contigo, escucharte, me encanta como te ríes.
R:- ¿Por qué no me dices esas cosas al oído?, dímelo, si tanto te gusta hablar conmigo, no me dejes siempre a medias, no hables de cosas vacías y dejes lo importante en el olvido.
M:- Te dije, que me encuentro rara, siento tantas cosas, que no se cómo afrontarlas, se que tú tienes pareja, y en un principio no me importaba pero ya ves como son las cosas que pasan, que sí, si me importa, pero no puedo hacer nada, ya sabía lo que había y lo acepte y lo acepto, pero eso no quita que te quiera, sí lo has leído bien, te quiero, y dirás, no digas eso, porque no me has visto, eso no tiene nada que ver, los sentimientos no se pueden controlar, están o no están veas o no veas, eso da igual. Ya ves, yo también se escribir, ¿a que no te lo imaginabas?
R:- No soy libre, y lo sé, y lo siento, pero no me arrepiento, pero si supieras todo lo que siento por ti, y todo lo que me gustaría decirte, si lo supieras... si me dejaras decírtelo... si quieres volver a hablar, te estaré esperando.

J.J.

Nessun Dorma

¡Nadie duerma! ¡Nadie duerma!
        Tampoco tú, oh Princesa,
        en tu frío cuarto
        miras las estrellas
        que tiemblan de amor y de esperanza...
        ¡Pero mi misterio está encerrado en mí,
        mi nombre nadie sabrá!
        sólo cuando la luz brille
        No, no sobre tu boca lo diré,
        Sobre tu boca lo diré temblando
        ¡cuando la luz brille!
        Y mi beso romperá el silencio
        que te hace mía.

        Su nombre nadie sabrá...
        ¡Y nosotras, ay, deberemos, morir, morir!

        ¡Disípate, oh noche! ¡Tramontad, estrellas! ¡Tramontad, estrellas!
        ¡Al alba venceré!
        ¡Venceré! Venceré!

Para los que les guste los Monty Phyton



Geniales

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Manuel VIII

Lo primero que siente Manuel es un terrible golpe en el hombro y parte del cuello que le hace dar casi una vuelta completa en el aire y perder la consciencia. De aquel estado se despierta años después, según le parece, a causa de la dolorosa presión que siente en la cabeza y parte del pecho, como si estuviera a punto de estallar. Dolores terribles, penetrantes, le laceran el cuerpo desde el cuello hasta los pies, recorriendo todos los ramales de su sistema nervioso. Estas sensaciones no van acompañadas de pensamientos, como si la capacidad de pensar hubieses sido borrada de un plumazo y ya sólo fuese capaz de sentir. También ve; de hecho puede observar como todo a su alrededor, incluido él mismo,  está envuelto en un halo luminoso, resplandeciente. Después, con espantosa brusquedad, la luz que le envuelve sube hasta el cielo acompañada de un ruido estremecedor. Un terrible fragor resuena en sus oídos y todo es tinieblas. De repente, la facultad de pensar queda restablecida en él.
Abre los ojos y ve una luz enorme sobre su cabeza y al instante el rostro comprensivo del hombre de la azotea, interponiéndose entre él y la luz cegadora de un sol que, por primera vez en mucho tiempo, le parece maravilloso.
-Ha tenido suerte, el mástil de una de las banderas del sexto desvió su trayectoria y fue a parar sobre un árbol que amortiguó su caída. Creo que saldrá de esta. Procure no moverse, enseguida le llevaremos al hospital. ¿Quiere que avisemos a alguien? -el comisario se inclinó aún más sobre él, en espera de una contestación.
Manuel susurra, pero no está seguro de que le hayan entendido. Quiere ver a su madre. Vuelve a perder el conocimiento camino del hospital y despierta en un sala completamente blanca. Se siente mareado, y aunque los dolores han amainado algo, las nauseas le hacen estremecerse y convulsionarse como un poseso.
La puerta blanca se abre a los pocos minutos y una venerable anciana bañada en lágrimas corre hacia él con los brazos abiertos. En el momento en que va a estrecharla entre los suyos, siente un terrible golpe en la nuca que le aturde por completo. Después, sólo oscuridad y el más sepulcral de los silencios.


Manuel estaba muerto. Había fallecido instantáneamente segundos después de iniciado su vuelo. Su cuerpo, en una postura grotesca, yacía en un gran charco de sangre sobre la acera del edificio Adelfa.
J.J

***************

Qué leer

Ahora que llegan las vacaciones estivales, y como marca nos cánones, tenemos que regalarnos cositas, si no, no somos buenos cristianos, o como os defináis cada cual, yo a "motu propio" voy a recomendar un libro.
Edmond Rostand, no es que sea mi autor favorito, que no lo es, pero su obra universal Cyrano de Bergerac, si que es una de las novelas que mas me gusta leer, porque la leo y la leo, y la leo....
Sobre todo, por el carácter que le da a su personaje principal, Cyrano, por como es, como se desenvuelve y desde luego como habla, esos versos tan afilados como su espada o su nariz.
Los versos de la salida del teatro son exquisitos, pero el que mas me gusta por todo lo que conlleva es el que le regala a Roxana, su primo Cyrano por boca de su amado Cristián, pero quiero dejaros la escena casi completa porque sinceramente no tiene desperdicio.

Roxana.- (Adelantando por el balcón). ¿Sois vos?
Cyrano.- Yo soy.
Roxana.- Y hablabais de.... de un...
Cyrano.- Beso.

Dulce fuera el vocablo en vuestra boca, mas no lo pronunciáis. Si os quema el labio, ¿qué no haría la acción? Sed generosa, venced vuestro temor... Sin daros cuenta, ha poco os deslizasteis sin zozobra de la risa al suspiro y del suspiro al llanto... Deslizaos más ahora y llegaréis al beso sin notarlo, pues la distancia entre ambos es tan poca que un solo escalofrío los separa.

Roxana.- ¡Callad!

Cyrano.- Al fin y al cabo, ¿qué es, señora un beso?
Un juramento hecho de cerca;
un subrayado de color de rosa que al verbo amar añaden;
un secreto que confunde el oído con la boca;
una declaración que se confirma;
una oferta que al labio corrobora;
un instante que tiene algo de eterno y pasa como abeja rumorosa;
una comunión sellada encima del cáliz de una flor;
sublime forma de saborear el alma a flor de labio y aspirar del amor todo el aroma.

Manuel VII

- Tienes miedo, ¿verdad? Yo también lo tendría.
El hombre vestía de paisano, pero olía a policía incluso en la distancia. Se encontraba apoyado sobre la puerta de la azotea y fumaba tranquilamente, como si estuviera esperando el autobús. Su voz no denotaba la más mínima emoción. Manuel supo al instante que aquel hombre conocía su trabajo. Por lo pronto, ya debería haber emprendido su viaje al infierno y, sin embargo, aún continuaba allí arriba, mirándolo fijamente.
- Si realmente se va a tirar, no tenga miedo -su voz había descendido una octava; pero seguía tan fría como segura de sí misma, cuando prosiguió- Pero si tiene dudas, es que no merece la pena. Si duda es porque a lo mejor su vida aún tiene solución, y que tienen razón quienes piensan que si exagerásemos nuestras alegrías como hacemos con nuestras penas, los problemas perderían toda su importancia.
Miedo él, nunca lo tuvo. En eso se equivocaba aquel individuo de tan buenas palabras y con ganas de confundirlo. Nada puede temer quien está acostumbrado a esa otra muerte mucho más lenta y dolorosa: la del olvido, la marginación y la indiferencia. Y, sobre todo, nada puede temer aquel que durante la mayor parte de su existencia, ha necesitado más valor para conservar la vida que para quitársela.
Manuel no había tenido miedo ni siquiera en aquella ocasión en la que, con tan sólo cinco años, encontró a su padre en el pajar, colgando de una viga. Su madre siempre había asegurado que su padre era un miedica, que le asustaba casi todo: la oscuridad, la sangre, incluso un simple rasguño; sin embargo, tuvo valor para quitarse la vida aquella tarde de diciembre. Pero ahora sabía que para suicidarse no hace falta valor, sino simplemente tener claro cuándo se está de más en este mundo. Otros, los cursis y estudiosos, lo llamarían "conducta suicida", pero en realidad era eso: tenerlo claro. Y él lo tenía; aunque aquel tipo con cara de policía que avanzaba lentamente hacia él, intentase enredarle y hacerle fracasar. Pero ya había fracasado demasiadas veces en su vida.
-¡No se acerque!- su boca se torció horriblemente al hablar-. Voy a saltar.
El oficial, atónito, contuvo la respiración la fracción de siglo que tardó Manuel en dejarse caer y desaparecer tras el muro de arenisca. Durante unos segundos, sólo se oyeron voces y gritos de desesperación. Desde una de las terrazas de la planta quinta del edificio colindante, doña Inés se tapó la cara y ahogó un sollozo....

J.J.