sábado, 19 de febrero de 2011

Un adiós sin despedida...
Un silencio entre voces...
Una mirada sin ser vista...
UN HASTA PRONTO MI NIÑA

Un beso a través de la brisa...
Una presencia sin cuerpo...
Una caricia que arropa mi alma...
Un recuerdo dulce...
Una sonrisa jamás olvidada...
Un amor con lazos eternos...
Un hasta pronto MI NIÑA...

martes, 15 de febrero de 2011

Elisa ya no vive aqui V

Tres semanas más tarde corrí de nuevo a la playa casi presa de pánico. Algo terrible había ocurrido y necesitaba imperiosamente estar sola. Me pareció ver a su madre en el porche de la casa, y a punto estuve de pedirle que por favor no dejara salir a la niña. Pero no me dio tiempo.
- Oye, si te parece bien -dije enfadada cuando Elisa me alcanzó-, hoy preferiría estar sola.
- ¿Por qué? - me preguntó.
La niña parecía más pálida que de costumbre y estaba sin aliento.
- ¡Porque mi madre ha muerto! - y pensé: "Dios mío, ¿por qué le digo esto a una niña?"
- ¡Oh! -dijo Elisa-, entonces el de hoy es un mal día.
- ¡Sí, y ayer, y anteayer y... ¡oh!, ¡vete de aquí!
- Entonces... ¿Nunca estás contenta ni feliz? - Y puso en su mirada todo el infinito del cielo.
- ¿Feliz...? ¿Qué es eso? -inquirí con brusquedad. Y me alejé.
Alrededor de un mes más tarde, cuando volví a la playa, la niña no estaba allí. Me sentía avergonzada por mi comportamiento de nuestro último encuentro, y reconocía que la echaba de menos. Después de pensarlo, fui hasta la casa y llamé a la puerta...

- Bueno, señora, no quisiera entretenerla, si ella no está...- dije algo incómoda.
La familiaridad de la mujer y el hecho de que la niña le hubiese hablado de mí, me ponían nerviosa. Bien mirado, mi actitud hacia la pequeña nunca fue todo lo edificante ni todo lo agradable que ella merecía; sobre todo, la última vez que la vi. Pero no era culpa mía.
- Elisa hablaba mucho de usted. Me temo que le permití que la molestara. Si fue pesada, acepte, por favor, mis disculpas -dijo la mujer mientras me acompañaba hacia una pequeña salita cuadrada, mucho más acogedora que el recibidor que acabábamos de atravesar.
- De ninguna manera, Elisa es una niña encantadora -repuse algo azorada, comprendiendo súbitamente lo que la mujer quería decir.
- Murió la semana pasada. Tenía leucemia. Tal vez nunca se lo dijera.
Me sentía hundida y busqué una silla. Recuperé el aliento.
- Elisa amaba esta playa, así que, cuando nos pidió que viniéramos, su padre y yo no pudimos negarnos. Parecía sentirse mejor aquí y disfrutaba de muchos de los que ella llamaba días felices. Pero, en las últimas semanas, empeoró rápidamente... -su voz se tornó vacilante y las arrugas se hicieron visibles de nuevo-. Dejó algo para usted... si es que lo encuentro. ¿Puede esperar un momento mientras lo busco?
Asentí con un movimiento de cabeza, mientras pensaba algo, cualquier cosa que poder decirle a aquella mujer, aunque lo más difícil era encontrar algo que decirme a mí misma.
Volvió y me entregó un sobre algo sucio y arrugado en el que había escrito con grandes letras infantiles: SEÑORA X.
El sobre contenía un dibujo hecho con lápices de colores: la playa amarilla, el mar azul, un pájaro pardo... Al pie una leyenda, escrita con letra de imprenta:

¡MI PÁJARO TE DARÁ FELICIDAD!

Se me llenaron los ojos de lágrimas y se me abrió el corazón, que casi había olvidado el amor. Abracé a la mujer. "Lo siento, lo siento", murmuré y lloramos juntas.
- Es difícil seguir viviendo con una herida... -reflexionó mientras nos despedíamos.
- Siempre se vive con alguna herida, señora. Hay una historia detrás de cada cicatriz. -dije y me marché.

De regreso a casa me senté junto a la orilla, en el mismo lugar donde estuvimos juntas la última vez. Las gaviotas, con sus idas y venidas, habían llenado de huellas el suelo, sembrando de estrellas la blanca arena de la playa. Apreté fuertemente sobre mi pecho aquel pequeño dibujo, aquel valioso tesoro, recuerdo de una niña que me hizo el gran regalo del amor. Noté que mi corazón latía más de prisa y fuerte que nunca y me convencí de que, efectivamente, era el único instrumento que, aún destrozado, funcionaba.
Estuve largo rato esperando, pero aquel día el pájaro no llegó.

San Valentín

Una cosa es enamorarse, y otra hacer que dure.

martes, 1 de febrero de 2011

Elisa ya no vive aqui IV

Estuve muy ocupada las semanas siguientes: y menos mal. Mis estados depresivos mejoraban cuando las ocupaciones me asediaban. Mi madre, enferma desde hacía años, había empeorado súbitamente, y en el trabajo las cosas las cosas tampoco iban demasiado bien. Pero estas esporádicas mejoras en mi ánimo no solían durar mucho. Al final, el deseo irrefrenable de atar mi alma a las estrellas y la tristeza, me podían.
Aquella mañana ni siquiera me sentí con ánimos de ir a trabajar. Volvía a aquel insoportable estado en el que el dolor rondaba a mi alrededor y sentía el temor, como si una tormenta me cercase y yo necesitaba protegerme. Me hiere unos instantes, y amaina después para dar paso a un dolor sordo. No puedo comparar ese dolor con nada. Sencillamente, me siento sola.
"Necesito un paseo", y cogí mi chaqueta. Me esperaba la eterna fragancia de la costa. Había visto el mar tormentoso e indómito; tranquilo y sereno; obscuro y de mal humor. Y en todas sus formas siempre me vi a mí misma. Aquella seguro que no sería una excepción.
Soplaba una brisa fresca, quizás demasiado. Existe ese viento que suena somo si la Naturaleza estuviese mal de los bronquios; aquel día era uno de ellos, pero no me molestaba. Seguí andando por la orilla, tratando de recobrar la serenidad que necesitaba. Las olas, unas tras otras, como apretadas filas de soldados gigantescos y verdes, venían a morir bajo la artillería de los arrecifes que, apostados sobre la arena, las esperaban impertérritos. Y llegaba ese momento especial que tanto me gustaba, cuando la ola espumosa ha gastado toda su fuerza en la arena pero, suspendida, aún no ha empezado a ser arrastrada hacia el mar. Durante menos de un segundo las aguas se detienen y, a través de su claridad, puedo ver lo que hay debajo: las rocas, las conchas, la arena...
Había olvidado a la niña y me sorprendió verla aparecer.
- ¡Hola!, señora X -saludó-. ¿No quiere jugar conmigo?
- ¿A qué quieres jugar? -le pregunté un tanto fastidiada.
- No sé.
- ¿Qué tal si jugamos a los acertijos? -propuse en tono sarcástico. Otra vez el tintineo de su risa.
- No sé qué es eso.
- Paseemos, entonces. ¿Dónde vives? -pregunté.
- Allí -respondió, señalando una fila de casas en primera línea de playa.
"Qué raro, en invierno", pensé.
- ¿A qué colegio vas?
- No voy al colegio. Mamá dice que estamos de vacaciones.
Siguió parloteando de temas infantiles mientras paseábamos por la playa, pero mis pensamientos estaban en otras cosas. Cuando intenté dejarla para volver a casa, Elisa me dijo que había sido un día muy feliz. Para sorpresa mía, me sentí mejor y, creo que por primera vez, le sonreía abiertamente. Esto pareció darle nuevos bríos e insistió en que me quedara un rato más. Todo su interés estribaba en que volviera a ver a su pájaro que, por lo visto, estaba a punto de aparecer. Y llegó, como la primera vez, sigiloso, de puntillas. La chiquilla lo saludó con un "Hola, Felicidad", y el pájaro se marchó tal como había llegado. Y yo también.....
J.J.