martes, 1 de febrero de 2011

Elisa ya no vive aqui IV

Estuve muy ocupada las semanas siguientes: y menos mal. Mis estados depresivos mejoraban cuando las ocupaciones me asediaban. Mi madre, enferma desde hacía años, había empeorado súbitamente, y en el trabajo las cosas las cosas tampoco iban demasiado bien. Pero estas esporádicas mejoras en mi ánimo no solían durar mucho. Al final, el deseo irrefrenable de atar mi alma a las estrellas y la tristeza, me podían.
Aquella mañana ni siquiera me sentí con ánimos de ir a trabajar. Volvía a aquel insoportable estado en el que el dolor rondaba a mi alrededor y sentía el temor, como si una tormenta me cercase y yo necesitaba protegerme. Me hiere unos instantes, y amaina después para dar paso a un dolor sordo. No puedo comparar ese dolor con nada. Sencillamente, me siento sola.
"Necesito un paseo", y cogí mi chaqueta. Me esperaba la eterna fragancia de la costa. Había visto el mar tormentoso e indómito; tranquilo y sereno; obscuro y de mal humor. Y en todas sus formas siempre me vi a mí misma. Aquella seguro que no sería una excepción.
Soplaba una brisa fresca, quizás demasiado. Existe ese viento que suena somo si la Naturaleza estuviese mal de los bronquios; aquel día era uno de ellos, pero no me molestaba. Seguí andando por la orilla, tratando de recobrar la serenidad que necesitaba. Las olas, unas tras otras, como apretadas filas de soldados gigantescos y verdes, venían a morir bajo la artillería de los arrecifes que, apostados sobre la arena, las esperaban impertérritos. Y llegaba ese momento especial que tanto me gustaba, cuando la ola espumosa ha gastado toda su fuerza en la arena pero, suspendida, aún no ha empezado a ser arrastrada hacia el mar. Durante menos de un segundo las aguas se detienen y, a través de su claridad, puedo ver lo que hay debajo: las rocas, las conchas, la arena...
Había olvidado a la niña y me sorprendió verla aparecer.
- ¡Hola!, señora X -saludó-. ¿No quiere jugar conmigo?
- ¿A qué quieres jugar? -le pregunté un tanto fastidiada.
- No sé.
- ¿Qué tal si jugamos a los acertijos? -propuse en tono sarcástico. Otra vez el tintineo de su risa.
- No sé qué es eso.
- Paseemos, entonces. ¿Dónde vives? -pregunté.
- Allí -respondió, señalando una fila de casas en primera línea de playa.
"Qué raro, en invierno", pensé.
- ¿A qué colegio vas?
- No voy al colegio. Mamá dice que estamos de vacaciones.
Siguió parloteando de temas infantiles mientras paseábamos por la playa, pero mis pensamientos estaban en otras cosas. Cuando intenté dejarla para volver a casa, Elisa me dijo que había sido un día muy feliz. Para sorpresa mía, me sentí mejor y, creo que por primera vez, le sonreía abiertamente. Esto pareció darle nuevos bríos e insistió en que me quedara un rato más. Todo su interés estribaba en que volviera a ver a su pájaro que, por lo visto, estaba a punto de aparecer. Y llegó, como la primera vez, sigiloso, de puntillas. La chiquilla lo saludó con un "Hola, Felicidad", y el pájaro se marchó tal como había llegado. Y yo también.....
J.J.

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