martes, 15 de febrero de 2011

Elisa ya no vive aqui V

Tres semanas más tarde corrí de nuevo a la playa casi presa de pánico. Algo terrible había ocurrido y necesitaba imperiosamente estar sola. Me pareció ver a su madre en el porche de la casa, y a punto estuve de pedirle que por favor no dejara salir a la niña. Pero no me dio tiempo.
- Oye, si te parece bien -dije enfadada cuando Elisa me alcanzó-, hoy preferiría estar sola.
- ¿Por qué? - me preguntó.
La niña parecía más pálida que de costumbre y estaba sin aliento.
- ¡Porque mi madre ha muerto! - y pensé: "Dios mío, ¿por qué le digo esto a una niña?"
- ¡Oh! -dijo Elisa-, entonces el de hoy es un mal día.
- ¡Sí, y ayer, y anteayer y... ¡oh!, ¡vete de aquí!
- Entonces... ¿Nunca estás contenta ni feliz? - Y puso en su mirada todo el infinito del cielo.
- ¿Feliz...? ¿Qué es eso? -inquirí con brusquedad. Y me alejé.
Alrededor de un mes más tarde, cuando volví a la playa, la niña no estaba allí. Me sentía avergonzada por mi comportamiento de nuestro último encuentro, y reconocía que la echaba de menos. Después de pensarlo, fui hasta la casa y llamé a la puerta...

- Bueno, señora, no quisiera entretenerla, si ella no está...- dije algo incómoda.
La familiaridad de la mujer y el hecho de que la niña le hubiese hablado de mí, me ponían nerviosa. Bien mirado, mi actitud hacia la pequeña nunca fue todo lo edificante ni todo lo agradable que ella merecía; sobre todo, la última vez que la vi. Pero no era culpa mía.
- Elisa hablaba mucho de usted. Me temo que le permití que la molestara. Si fue pesada, acepte, por favor, mis disculpas -dijo la mujer mientras me acompañaba hacia una pequeña salita cuadrada, mucho más acogedora que el recibidor que acabábamos de atravesar.
- De ninguna manera, Elisa es una niña encantadora -repuse algo azorada, comprendiendo súbitamente lo que la mujer quería decir.
- Murió la semana pasada. Tenía leucemia. Tal vez nunca se lo dijera.
Me sentía hundida y busqué una silla. Recuperé el aliento.
- Elisa amaba esta playa, así que, cuando nos pidió que viniéramos, su padre y yo no pudimos negarnos. Parecía sentirse mejor aquí y disfrutaba de muchos de los que ella llamaba días felices. Pero, en las últimas semanas, empeoró rápidamente... -su voz se tornó vacilante y las arrugas se hicieron visibles de nuevo-. Dejó algo para usted... si es que lo encuentro. ¿Puede esperar un momento mientras lo busco?
Asentí con un movimiento de cabeza, mientras pensaba algo, cualquier cosa que poder decirle a aquella mujer, aunque lo más difícil era encontrar algo que decirme a mí misma.
Volvió y me entregó un sobre algo sucio y arrugado en el que había escrito con grandes letras infantiles: SEÑORA X.
El sobre contenía un dibujo hecho con lápices de colores: la playa amarilla, el mar azul, un pájaro pardo... Al pie una leyenda, escrita con letra de imprenta:

¡MI PÁJARO TE DARÁ FELICIDAD!

Se me llenaron los ojos de lágrimas y se me abrió el corazón, que casi había olvidado el amor. Abracé a la mujer. "Lo siento, lo siento", murmuré y lloramos juntas.
- Es difícil seguir viviendo con una herida... -reflexionó mientras nos despedíamos.
- Siempre se vive con alguna herida, señora. Hay una historia detrás de cada cicatriz. -dije y me marché.

De regreso a casa me senté junto a la orilla, en el mismo lugar donde estuvimos juntas la última vez. Las gaviotas, con sus idas y venidas, habían llenado de huellas el suelo, sembrando de estrellas la blanca arena de la playa. Apreté fuertemente sobre mi pecho aquel pequeño dibujo, aquel valioso tesoro, recuerdo de una niña que me hizo el gran regalo del amor. Noté que mi corazón latía más de prisa y fuerte que nunca y me convencí de que, efectivamente, era el único instrumento que, aún destrozado, funcionaba.
Estuve largo rato esperando, pero aquel día el pájaro no llegó.

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