domingo, 18 de septiembre de 2011

Solo duró un instante


Solo duró un instante.
Lo note enseguida, eso se nota, lo note porque el cuerpo se queda helado, y ese frio resuena en tu interior, y entonces crees escuchar el crujir de los huesos y te das cuenta de que es tu corazón que se rompe, te tensas y caes de rodillas, intentas respirar y el aire se queda en tu garganta, te recorre un sudor frio por la frente, y las lágrimas empiezan a resbalar por las mejillas.
Y te mira a los ojos, te regala una siniestra sonrisa, es cuando pasa su mano por tu frente y limpia el sudor frio, seca las lágrimas de tus mejillas, acaricia con las yemas de sus dedos tus labios  inertes, es cuando te dice susurrando al oído: “No sufras amor, esto durará solo un instante”. Y recorre tu cuello, se para en tu pecho y con esa mano que antes hacia estremecer tu piel, atraviesa tu cuerpo y se hace hueco hacia lo que queda de tu corazón, lo tira al suelo y lo pisa a la vez que exhala el humo de su cigarrillo, dejando que tu cadáver se desangre en el marmoleo y frio suelo.
Le dije: “ten toma mi corazón, cuídalo es frágil”. Me dijo. “lo cuidaré, lo prometo”.

JOTA

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Mi primer puzzle del verano






Me costo lo suyo pero ahora lo tengo colgado en el salón

Que jartura de verano!

Estoy hasta el chichi!, literalmente, han pasado unos cuantos meses y no he realizado ni una entrada, cansa de caló, sin vacaciones por la rodilla, arreglando papeles y mas papeles, y mas aburrida que una ostra, y encima he terminado con el moreno de albañil, si esjke...... no pué se, y después de este arranque marujil, os digo lo que he estado haciendo o a lo que me he dedicado durante el verano. A parte de escribir de vez en cuando, me gusta mucho hacer manualidades ( y que no piensen mal las cabezas enfermas de algunos), así que aquí os pongo algunos trabajitos que he estado haciendo.

JOTA

viernes, 6 de mayo de 2011

Una mujer de carácter Final

- ¿Es que no puedo dejarte solo sin que tengas que formar un escándalo? -inquirió ella con renovados bríos. Era más una acusación que una pregunta-. Es que no tienes dos dedos de frente; aprovechas cualquier ocasión para molestar a los vecinos y meter las narices en todo lo que no te importa. Porque, ¡vamos a ver!, ¿cuántas veces te he repetido que dejes tranquila a esa cursi y pija del primero?, ¿eh?, ¿cuántas? ¡Qué pasa...! ¿Es que te gusta? ¡Pues nada, adelante! ¡A por ella, a joder y a comportaros como lo que sois: animales! Hazlo si ella te deja y eso es lo que quieres, pero olvídate de mí y no me hagas más de sufrir, por favor.
Lo dijo mirándolo profundamente a los ojos, con aquella ansiosa perplejidad que ponía en su voz un quiebro final que colgaba de las frases como una bandolera. Lo miró tan fijamente que el otro pareció desaparecer por completo y, por primera vez en todo el altercado, las palabras de ella consiguieron de él algo más que un simple parpadeo. Por primera vez, también, la mujer supo que en esta ocasión había ido demasiado lejos. Y tuvo la confirmación casi de inmediato, cuando lo vio incorporarse y dirigirse hacia la puerta de salida, abatido, triste, la cabeza gacha, el cuerpo desmadejado, caído, arrastrándose como si de repente le acabaran de echar veinte años encima.
La mujer torció el rostro e hizo una mueca de resignación; súbitamente, pareció que todo su enojo se disipaba. Como siempre, al final, tendría que ser ella la que dijese que lo sentía. Tendría que ser ella la que fuese a él. Y lo hizo. Lo alcanzó cuando casi llegaba a la puerta y, y rodeándole tiernamente con sus brazos, lo abrazó. El animal movió la cola de un lado a otro y la miró fijamente. Los dos tenían ojos de arrepentimiento; pero el perro, más.

J.J.

Una mujer de carácter III

Se achantó aún más sobre el sofá; parecía sujeto a él por un poder imaginario. Le hubiese gustado volverse invisible al menos durante cinco minutos. El tiempo suficiente para que aquel pronto, en el que la rabia rotulaba su piel y henchía su garganta dilatándola como el pecho de un pelícano, pasase. Pero había transcurrido muy poco tiempo desde el comienzo de la disputa, y ella era capaz de llenar un diccionario de injurias en tan sólo unos segundos. Lo más prudente era capear el temporal de la forma más digna posible y prepararse a recibir una nueva andanada de insultos y reproches. Bien mirado, la vecinita del primero bien valía una bronca, se dijo para animarse.
- No sólo no te basta con vivir a mis expensas -prosiguió ella, mirándolo desafiante-, sino que, además, no puedo ni siquiera confiar mínimamente en ti, tienes que andar dando motivos para que toda la vecindad hable de nosotros más de lo que ya habla. Bastante tengo yo con acudir todos los días al trabajo, venir corriendo para ponerte de comer y estar pendiente de que no te falte de nada como si fuera tu esclava, para que, además, te dediques a avergonzarme y a ponerme en ridículo delante de todos - el tono de la mujer algo más suave momentos antes, comenzó a aumentar de nuevo, poco a poco, pero inexorablemente, volvió a alcanzar aquella tesitura tan peculiar en ella y que, en las grandes ocasiones, era capaz de elevar a una roca hasta el entusiasmo-.
¡Debiste haberte quedado con la guarra de tu madre, y que ella hubiese apechugado contigo! - continuó, explosiva-. Son muchos los que piensan que hace tiempo que debí ponerte de patitas en la calle, y por Dios que ya lo he pensado en más de una ocasión, no te confíes y creas que me tienes tan segura que no me atreveré. Aunque te quiero, no estoy dispuesta a ser tu perrita faldera toda la vida y puede ser que aún tengas que buscarte otra cama donde dormir el resto de tus días. -La mujer había cogido la honda reprochadora y las palabras le salían solas, sin aparente esfuerzo, como si de un discurso memorizado se tratase-. Tus tácticas no te van a dar resultado eternamente. -Siguió sin darse el más mínimo respiro-. No creas que porque te hagas el sumiso, no repliques y pongas esa cara de mártir, vas a tener derecho de pernada toda la vida.
Aplastó la colilla en el cenicero, y nunca mejor empleada la palabra, porque fue tanta la saña con la que retorció el negruzco cabo de tabaco, que quedó hecho añicos en décimas de segundo. Mejor esas décimas que nada, pensó él; al menos le ayudarían a reponer algo de fuerzas y de ánimo para los próximos embates que, sin duda, no tardarían en llegar; y no se equivocaba.

Tiempo

Hace bastante tiempo que no hago ninguna entrada en el blog, no a sido por falta de tiempo, que lo he tenido, sino por desidia, flojera, vagancia, y dejadez, si todo eso y además el unirse a ello una enfermedad que poco a poco hace mella en mi, aun así, no quisiera dejar de publicar entradas, aunque la verdad suelo escribir poco de mi, para qué?, no soy nada interesante, palabrita del niño Jesús, así que os pongo el final del cuento que lleva ufffff, casi un siglo esperando su terminación.

domingo, 13 de marzo de 2011

Una Mujer de carácter II

Encendió un cigarrillo y se acercó a la ventana. Necesitaba calmarse. Sabía de su fuerte carácter y de las barbaridades que era capaz de decir cuando la rabia le dominaba. Al fin y al cabo, él era su compañero, su mejor y casi único amigo y, salvo algunos parientes semiolvidados, la totalidad de su familia. Tampoco era cuestión de ensañarse y de decir cosas de las que luego tuviera que arrepentirse. Tenía que serenarse. Lo que sentían era demasiado valioso para convertirlo en ira. Se asomó a la ventana.
Los cristales estaban empañados y lagrimosos como si hubieran estado llorando toda una eternidad; con la palma de la mano hizo un pequeño círculo sobre el vaho, que rápidamente comenzó a aparecer de nuevo, pero que no le impidió atisbar el exterior. llovía con mansedumbre, sin demasiado ímpetu, pero con tan desconcertante intensidad que, por unos momentos, los escasos autos que circulaban por aquella calle, desapacible y abierta a todos los vientos, parecían navegar a través de un mar de gotas cantarinas en el que se sumergían resignados, pero del que emergían, al poco, limpios y relucientes.
Permaneció algunos instantes absorta,  mirando sin ver algún punto inconcreto más allá de las oscuras redes del aguacero, dando profundas caladas a su eterno Ducados, pero consciente de que ni éste, ni el paisaje, conseguían apaciguar los mil demonios que alteraban su espíritu. Y él, que la conocía tan bien, lo supo al instante, lo que le hizo contener la respiración durante la fracción de siglos que ella tardó en explotar de nuevo.
- ¡Eres un estúpido hijo de perra!- dijo al fin,  su voz fue como un zarpazo que destrozara un pájaro en mitad de su vuelo-. Crees que puedes estar continuamente poniéndome en evidencia y comportandote como un crío pequeño. Ya me cansé, sabes. ¡No pienso aguantarse ni una sola trastada más! Pero bueno, ¡es que no me estás oyendo!
La mujer se apartó bruscamente de la ventana y avanzó unos pasos hacia el sofá en actitud amenazadora. La furia le dominaba y parecía totalmente fuera de sí. El otro se temió lo peor, no acababa de reaccionar y sólo atinó a darse media vuelta al tiempo que se arrugaba como un globo vacio en manos de un niño terrible. Sabía en que trance se encontraba y sabía, también, que esta vez la cosa podía pasar a mayores. Pero era consciente de que no debía modificar su táctica, la que siempre le diera buenos resultados: tenía que permanecer impasible hasta que se calmase. Cualquiera hubiese pensado que aquella conducta era una cuestión de dignidad, pero lo cierto era que más bien se trataba de una disciplina indispensable de la que debe hacer uso el débil: una política de feliz supervivencia. En el fondo, la quería mucho más de lo que a veces demostraba, pero estaba claro que nadie es perfecto, y menos él. Era consciente de que en ocasiones no obraba todo lo bien que ella se merecía y que le costaba sudores sustraerse a determinadas cosas, sobre todo si de hembras se trataba.

J.J.

lunes, 7 de marzo de 2011

Una mujer de carácter

- ¡Ya estoy hasta las narices de ti, maldito imbécil! -gritó ella con voz de soprano fracasada.
Como de costumbre, él no contestó. Viéndole actuar, cualquiera hubiese pensado que había leído a Guinon -cosa que por supuesto no había hecho- y que, como éste, era de la opinión de que cuando discuten, el tener razón no es una conclusión que las mujeres sacan, sino, casi siempre, un regalo que ellas esperan.
Caminó despacio hacia la chimenea y se repantigó en el viejo sofá de terciopelo rojo, su favorito. Permaneció impasible, con los párpados semicerrados, sin mover un solo músculo que delatara el impacto del insulto, como si con él no fuera la cosa. Durante algunos segundos mantuvo la mirada fija en el crepitar de los troncos, sólo desviada mínimamente hacia las pequeñas nubecillas de humo que en ocasiones sobrevolaban la lumbre, suspendidas en el aire como perezosos interrogantes. Otras veces se molestaba un poco y al menos resoplaba, arqueaba una ceja, daba un leve gruñido o, simplemente, simulaba prestar atención; pero esta vez, ni siquiera eso.
Sin embargo, la mujer de la voz de soprano parecía más furiosa que nunca, envalentonada con su indiferencia, y dispuesta a dejar las cosas claras de una vez por todas. Hizo ademán de sentarse frente a él, pero en el último momento cambió de parecer. Mejor de pie, pensó. La autoridad se acentúa en alguien que permanece erguido, y la ocasión lo requería con creces. Ya estaba cansada, harta de soportar su vagancia, sus deslices y, sobre todo, las quejas y murmuraciones de los demás.
Nunca le importó que no fuese bien visto por los vecinos -cosa que ocurrió desde el primer día en el que pisó aquella casa-, porque ella, además de "pasar" de la gente, consideró que eran injustos con ambos. Con él, porque aún no tenían elementos de juicio como para rechazarlo de plano, sin darle una oportunidad. Con ella, porque debieron respetar su decisión; ¡qué sabía nadie de sus necesidades y, sobre todo, de su soledad! Por eso no hizo caso de insinuaciones, recelos, ni miradas con doble intención: en el fondo les comprendía. Era consciente de que llevándolo a vivir con ella había conseguido alterar la tranquilidad del vecindario, sus costumbres, sus tradiciones. A tal extremo, que hubo quien incluso apeló a no sabía que absurdo artículo de la Comunidad de Propietarios para intentar echarlo, aunque, al final, nadie se atrevió a dar el paso definitivo. Lo malo era que ahora, al cabo del tiempo, tenía que darles la razón. Eso era lo que más le dolía y lo que no estaba dispuesta a tolerar. Lo iba a dejar bien claro, pero no dijo nada más de momento.....

J.J

sábado, 19 de febrero de 2011

Un adiós sin despedida...
Un silencio entre voces...
Una mirada sin ser vista...
UN HASTA PRONTO MI NIÑA

Un beso a través de la brisa...
Una presencia sin cuerpo...
Una caricia que arropa mi alma...
Un recuerdo dulce...
Una sonrisa jamás olvidada...
Un amor con lazos eternos...
Un hasta pronto MI NIÑA...

martes, 15 de febrero de 2011

Elisa ya no vive aqui V

Tres semanas más tarde corrí de nuevo a la playa casi presa de pánico. Algo terrible había ocurrido y necesitaba imperiosamente estar sola. Me pareció ver a su madre en el porche de la casa, y a punto estuve de pedirle que por favor no dejara salir a la niña. Pero no me dio tiempo.
- Oye, si te parece bien -dije enfadada cuando Elisa me alcanzó-, hoy preferiría estar sola.
- ¿Por qué? - me preguntó.
La niña parecía más pálida que de costumbre y estaba sin aliento.
- ¡Porque mi madre ha muerto! - y pensé: "Dios mío, ¿por qué le digo esto a una niña?"
- ¡Oh! -dijo Elisa-, entonces el de hoy es un mal día.
- ¡Sí, y ayer, y anteayer y... ¡oh!, ¡vete de aquí!
- Entonces... ¿Nunca estás contenta ni feliz? - Y puso en su mirada todo el infinito del cielo.
- ¿Feliz...? ¿Qué es eso? -inquirí con brusquedad. Y me alejé.
Alrededor de un mes más tarde, cuando volví a la playa, la niña no estaba allí. Me sentía avergonzada por mi comportamiento de nuestro último encuentro, y reconocía que la echaba de menos. Después de pensarlo, fui hasta la casa y llamé a la puerta...

- Bueno, señora, no quisiera entretenerla, si ella no está...- dije algo incómoda.
La familiaridad de la mujer y el hecho de que la niña le hubiese hablado de mí, me ponían nerviosa. Bien mirado, mi actitud hacia la pequeña nunca fue todo lo edificante ni todo lo agradable que ella merecía; sobre todo, la última vez que la vi. Pero no era culpa mía.
- Elisa hablaba mucho de usted. Me temo que le permití que la molestara. Si fue pesada, acepte, por favor, mis disculpas -dijo la mujer mientras me acompañaba hacia una pequeña salita cuadrada, mucho más acogedora que el recibidor que acabábamos de atravesar.
- De ninguna manera, Elisa es una niña encantadora -repuse algo azorada, comprendiendo súbitamente lo que la mujer quería decir.
- Murió la semana pasada. Tenía leucemia. Tal vez nunca se lo dijera.
Me sentía hundida y busqué una silla. Recuperé el aliento.
- Elisa amaba esta playa, así que, cuando nos pidió que viniéramos, su padre y yo no pudimos negarnos. Parecía sentirse mejor aquí y disfrutaba de muchos de los que ella llamaba días felices. Pero, en las últimas semanas, empeoró rápidamente... -su voz se tornó vacilante y las arrugas se hicieron visibles de nuevo-. Dejó algo para usted... si es que lo encuentro. ¿Puede esperar un momento mientras lo busco?
Asentí con un movimiento de cabeza, mientras pensaba algo, cualquier cosa que poder decirle a aquella mujer, aunque lo más difícil era encontrar algo que decirme a mí misma.
Volvió y me entregó un sobre algo sucio y arrugado en el que había escrito con grandes letras infantiles: SEÑORA X.
El sobre contenía un dibujo hecho con lápices de colores: la playa amarilla, el mar azul, un pájaro pardo... Al pie una leyenda, escrita con letra de imprenta:

¡MI PÁJARO TE DARÁ FELICIDAD!

Se me llenaron los ojos de lágrimas y se me abrió el corazón, que casi había olvidado el amor. Abracé a la mujer. "Lo siento, lo siento", murmuré y lloramos juntas.
- Es difícil seguir viviendo con una herida... -reflexionó mientras nos despedíamos.
- Siempre se vive con alguna herida, señora. Hay una historia detrás de cada cicatriz. -dije y me marché.

De regreso a casa me senté junto a la orilla, en el mismo lugar donde estuvimos juntas la última vez. Las gaviotas, con sus idas y venidas, habían llenado de huellas el suelo, sembrando de estrellas la blanca arena de la playa. Apreté fuertemente sobre mi pecho aquel pequeño dibujo, aquel valioso tesoro, recuerdo de una niña que me hizo el gran regalo del amor. Noté que mi corazón latía más de prisa y fuerte que nunca y me convencí de que, efectivamente, era el único instrumento que, aún destrozado, funcionaba.
Estuve largo rato esperando, pero aquel día el pájaro no llegó.

San Valentín

Una cosa es enamorarse, y otra hacer que dure.

martes, 1 de febrero de 2011

Elisa ya no vive aqui IV

Estuve muy ocupada las semanas siguientes: y menos mal. Mis estados depresivos mejoraban cuando las ocupaciones me asediaban. Mi madre, enferma desde hacía años, había empeorado súbitamente, y en el trabajo las cosas las cosas tampoco iban demasiado bien. Pero estas esporádicas mejoras en mi ánimo no solían durar mucho. Al final, el deseo irrefrenable de atar mi alma a las estrellas y la tristeza, me podían.
Aquella mañana ni siquiera me sentí con ánimos de ir a trabajar. Volvía a aquel insoportable estado en el que el dolor rondaba a mi alrededor y sentía el temor, como si una tormenta me cercase y yo necesitaba protegerme. Me hiere unos instantes, y amaina después para dar paso a un dolor sordo. No puedo comparar ese dolor con nada. Sencillamente, me siento sola.
"Necesito un paseo", y cogí mi chaqueta. Me esperaba la eterna fragancia de la costa. Había visto el mar tormentoso e indómito; tranquilo y sereno; obscuro y de mal humor. Y en todas sus formas siempre me vi a mí misma. Aquella seguro que no sería una excepción.
Soplaba una brisa fresca, quizás demasiado. Existe ese viento que suena somo si la Naturaleza estuviese mal de los bronquios; aquel día era uno de ellos, pero no me molestaba. Seguí andando por la orilla, tratando de recobrar la serenidad que necesitaba. Las olas, unas tras otras, como apretadas filas de soldados gigantescos y verdes, venían a morir bajo la artillería de los arrecifes que, apostados sobre la arena, las esperaban impertérritos. Y llegaba ese momento especial que tanto me gustaba, cuando la ola espumosa ha gastado toda su fuerza en la arena pero, suspendida, aún no ha empezado a ser arrastrada hacia el mar. Durante menos de un segundo las aguas se detienen y, a través de su claridad, puedo ver lo que hay debajo: las rocas, las conchas, la arena...
Había olvidado a la niña y me sorprendió verla aparecer.
- ¡Hola!, señora X -saludó-. ¿No quiere jugar conmigo?
- ¿A qué quieres jugar? -le pregunté un tanto fastidiada.
- No sé.
- ¿Qué tal si jugamos a los acertijos? -propuse en tono sarcástico. Otra vez el tintineo de su risa.
- No sé qué es eso.
- Paseemos, entonces. ¿Dónde vives? -pregunté.
- Allí -respondió, señalando una fila de casas en primera línea de playa.
"Qué raro, en invierno", pensé.
- ¿A qué colegio vas?
- No voy al colegio. Mamá dice que estamos de vacaciones.
Siguió parloteando de temas infantiles mientras paseábamos por la playa, pero mis pensamientos estaban en otras cosas. Cuando intenté dejarla para volver a casa, Elisa me dijo que había sido un día muy feliz. Para sorpresa mía, me sentí mejor y, creo que por primera vez, le sonreía abiertamente. Esto pareció darle nuevos bríos e insistió en que me quedara un rato más. Todo su interés estribaba en que volviera a ver a su pájaro que, por lo visto, estaba a punto de aparecer. Y llegó, como la primera vez, sigiloso, de puntillas. La chiquilla lo saludó con un "Hola, Felicidad", y el pájaro se marchó tal como había llegado. Y yo también.....
J.J.

martes, 18 de enero de 2011

Amor y Dolor

Elisa ya no vive aqui III

La niña, de unos seis o siete años, jugaba con la arena y me miró al pasar como a un taxi desocupado en un día de lluvia.
- ¡Hola! - saludó.
Contesté con una inclinación de cabeza. Realmente, no tenía ganas de conversación, ni de que nadie me molestase.
- Estoy haciendo una construcción -continuó la niña, insensible a mi indiferencia.
- Ya lo veo. ¿Qué es? - le pregunté sin que me importara.
- ¡Oh! No lo sé. Pero me gusta sentir la arena.
"Me parece bien", pensé, y me quité los zapatos, sentándome junto a ella. A mí también me gustaba el contacto con la arena.
"¿Cuántas veces has cogido un puñado y sentido que, por una vez, tenías algo?", musité apenas. "Aprietas y, cuando más fuerte lo haces, con más rapidez se te escapa de los dedos, hasta que no queda nada, salvo unos pocos granos en la palma de la mano. Los restos de muchos sueños. Durante un instante intentas quedarte con los últimos granos, pero la brisa se los lleva súbitamente y tu mano se queda vacía, sin nada".
Había soltado la reflexión del tirón, mirando hacia un horizonte casi desprovisto de nubes, tan sólo algunas colgando en la lejanía, como retazos de algodón sucio, y por él, el sol escurriéndose maduro, asfixiado en un círculo rojo y mate. "¿Por qué lo estoy yo?". Cuando salí de aquella momentánea abstracción la niña me miraba fascinada, con cara de no saber muy bien qué contestar y, sobre todo, de qué le hablaban.
- Yo no lo sé -dijo al fin mirándome fijamente.
- Perdona, pequeña - traté de disculparme con una mueca que no consiguió el grado de sonrisa, y le pasé la mano por su cabecita rubia sedosa.
La niña sí que sonrió abiertamente, saliendo de su mutismo con una explosión de júbilo que casi me asustó.
- ¡Ahí viene! - gritó, señalando hacia la izquierda.
- Ahí viene, ¿quién?
- Mi pájaro, viene a verme todos los días; se llama Felicidad.
Me di cuenta enseguida de que el verdadero problema de hablar con un crío de seis años es que, de inmediato, uno acaba hablando como un crío de seis años. "¡Ah!, conque tienes un pajarito", y miré hacia donde me señalaba.
Un ave menuda de color oscuro y largas alas acababa de posarse a escasos metros de donde nos encontrábamos. Dando pequeños saltitos, el pájaro miró nervioso a un lado y a otro. Me llamó la atención su forma de caminar, parecía suspendido del aire, como haciéndole cosquillas al suelo, desplazándose sobre la arena mojada sin apenas apoyarse sobre ella. Convine en que el nombre con el que la niña le había bautizado era el idóneo. "La felicidad: un pájaro que jamás se posa". Más allá de filosofías baratas, para mí era tan sólo eso.
Me levanté con intención de marcharme, ya estaba bien de cháchara. El pájaro voló raudo, perdiéndose en tan sólo unos segundos.
- Adiós, Felicidad -gritó la niña.
"Hola, dolor" - dije entre dientes y me volví para seguir mi camino.
- ¿Cómo te llamas? - la pequeña parecía no darse por vencida.
- Y que importa eso - protesté algo irritada. Por Dios, ¿no se daba cuenta de que no tenía ganas de nada?
- Yo me llamo Elisa. Y tengo seis años.
- Está bien, Elisa. Yo soy la señora X. Adiós.
La chiquilla dejo escapar una risita. Pese a mi abatimiento yo también sonreí, o al menos lo intenté, y continué mi camino. Su risa musical me siguió. "Venga otra vez señora X", grito. "Pasaremos otro día feliz".

J.J.

lunes, 3 de enero de 2011

Pasado

Frases para gente idiota

Quiero inaugurar una nueva sección. "Frases para gente rematadamente idiota", quien quiera contribuir que anote la suya.
"Qué desagradable resulta caerle bien a la gente que te cae mal".

Elisa ya no vive aqui II

Fue un sábado por la tarde, en plena hora de la siesta, cuando la vi por primera vez. Yo había acudido a la playa como tantas otras veces, sin saber exactamente para qué. Hubo un tiempo en el que, cuando quería estar sola, me encerraba en mi habitación y allí lloraba mi soledad, haciéndome mil preguntas. Y quizás eso no fuera malo si se tratase de algo casual, propio de un día de abatimiento y pesimismo. Lo preocupante era la asiduidad con que me ocurría, y la ansiedad con la que a veces necesitaba la caricia de los silencios.
Tenía cuarenta años y casi todo por hacer; pero ésta, tal como pudiera parecer, no era una buena perspectiva; todo lo contrario. Mi vida se había convertido en una monotonía tal, que había llegado al convencimiento de que ya no podría hacer nada aunque quisiera. Miraba hacia atrás y caía en la cuenta de que la mía sólo había sido un continuo salir de una soledad para penetrar de inmediato en otra nueva, más ancha y más profunda, pero ésta de ahora venía como rodeada de un halo de angustia y vacío; el vacío y la angustia que me producían comprobar que nada de cuanto intentara produciría frutos.
El espejo me devolvía la imagen de una mujer plena, hermosa y elegante que había estudiado en buenos colegios consiguiendo con el tiempo una sólida y diversificada cultura, y ello influía en el hecho de que me asaltara de continuo la frustrante sensación de estar convirtiéndome en un ser fracasado; alguien en quien se ha puesto demasiadas esperanzas y acaba malográndose sin motivo aparente.
Por eso había bajado aquel día a la playa, sin importarme que fuese invierno. La soledad de la costa en aquella época del año era un bálsamo al que no podía retraerme. Es casi imposible tener pensamientos pequeños cuando caminamos por una playa a solas. La insistente y eterna cadencia del mar suaviza los constantes filos del miedo y de la duda, a la vez que nos hace reflexionar sobre la vida -la Vida; eso que nos sucede mientras estamos ocupados en otras cosas- y sobre la transitoriedad de nuestro paso por el mundo, imbuyéndonos en esa conciencia agridulce de que todos los fuegos han de apagarse.
J.J.

sábado, 1 de enero de 2011

Noticia

Álvarez Cascos, deja el PP por insultos.
En las noticias dice que Álvarez Cascos abandona el PP,después de que lo hayan insultado gente de su partido.
¿Ahora se da cuenta, de que los del PP no tienen ninguna educación y respeto hacia lo que no sean ellos mismos y sus conservadoras, retrogradas e ignorantes ideas?
El PP se come a sus propios hijos. Como para fiarse de ellos.

2011

A este año solo le pido salud, para poder pluriemplearme y poder sobrevivir estos próximos 365 días, que van a ser más duros que los 365 días anteriores.