martes, 30 de noviembre de 2010

Manuel VI

Manuel se pasa la mano por la frente. El contacto con el sudor parece devolverle a la realidad. ¿Cuanto tiempo lleva allí arriba? No lo sabe. Tal vez minutos, tal vez horas... Su memoria se convierte en un laberinto por el que se cruzan todos los días de su vida. Siente un calor pringoso que irrita su piel y escuece. Vuelve a cerrar los ojos y se complace con la oscuridad, una oscuridad a la que se asoman los recuerdos, como bengalas que estallasen en el cielo de la noche. Chisporroteos luminosos del pasado.
Sumido en sus reflexiones ha perdido la noción del tiempo. Mira hacia abajo en el instante en que una ambulancia tuerce la esquina y desaparece. La policía ha acordonado la zona, dejando a los curiosos amontonados sobre unas cintas plásticas a rayas blancas y rojas, como las utilizadas en las obras municipales. Casi a su altura una bandada de pájaros vuelan en formación. Soldados alados sincronizados en un vuelo armonioso.
Se pone alerta, aquel revuelo era algo con lo que en principio no contaba. Vuelve a mirar hacia abajo, esta vez con más atención. Distingue al menos una decena de policías. Seguro que alguno está ya subiendo con la intención de hacerlo desistir. Pero no les va a dar tiempo. Manuel aspira profundamente, cierra los ojos y se deja resbalar lentamente sobre el pretil....

J.J.

¿Os he dicho que mi cantante preferido es El Barrio?

lunes, 29 de noviembre de 2010

Manuel V

El comisario no se había permitido aún mirar hacia arriba. Uno de los agentes avanzó raudo hacia él, llevándose la mano a la visera cortésmente, pero de una forma tan maquinal, que hubiese hecho enrojecer al más permisivo oficial de academia.
- Haga que desaparezcan el camión de bomberos y la ambulancia. Que los lleven a la próxima esquina. Quiero que despejen la zona. ¿Entendido? -ordenó, autoritario.
- Enseguida, señor -asintió el policía con la cabeza.
- ¿Se ha movido en los últimos minutos?
- Creo que no. Ha estado como ausente allí arriba. Mirando al cielo.
- ¿Se sabe ya quién es? -preguntó de nuevo.
- Ni idea. Lo que sí parece es que no es de esta zona.
En ese momento, el oficial dejó que sus ojos subieran por primera vez por la fachada del edificio. El hombre dejó que sus ojos subieron por primera vez por la fachada del edificio. El hombre era una pequeña mancha que apenas contrastaba con las paredes grises del Adelfa. Estaba sentado con las piernas separadas para lograr un mejor equilibrio y la cabeza erguida hacia un cielo casi desprovisto de nubes.
Atravesó la calle y entró en el inmueble. El conserje y otros dos policías esperaban a pie de ascensor.
-¿Qué ancho tiene el pretil? -espetó sin más al empleado.
- Unos treinta o cuarenta centímetros. La puerta de paso a la azotea suele permanecer abierta desde que se estropeó la cerradura, he avisado muchas veces para que la arreglen, pero...
El comisario cortó, seco:
- Está bien. Ustedes -se dirigió a la pareja de agentes-, uno aquí, y no deje subir a nadie, el otro conmigo -ordenó, entrando en el ascensor. Las láminas plateadas se clausuraron como dos labios silenciosos que guardasen un secreto. Rápida, la máquina inició su ascenso.
Mientras el ascensor subía velozmente el hombre iba configurando mentalmente su guión. Dejaría al agente en el último piso, para evitar que los vecinos de las últimas plantas quisieran curiosear. A la azotea accedería el solo, y que Dios le diese suerte.....
J.J.

domingo, 28 de noviembre de 2010

De paseo

Esta mañana hemos estado paseando por Cartagena, una ciudad que me gusta por que simplemente tiene mar, y nos hemos encontrado con un mercadillo medieval.
Me acorde de una amiga, a la que le gusta saborear los bocadillos de Jamón y las gominolas. El mercadillo estaba muy concurrido, así que no pude hacerles muchas fotos, pero me dio para comprar una aceitunas que me dijeron que eran con sabor anchoas y resultaron sabiendo a manzanilla, y una cuña de queso, en un puesto que ponía "1 Premio de Castilla la Mancha", lo decían por el queso, que, mira tu por donde estaba buenisimo, quise compartirlo, pero.... estaba un poco lejos de la persona en cuestión, así que, no me quedo otra que comérmelo yo.















Os dejo con algunas fotos que hice, las del "bocata de Jamón" y las "Gominolas" va en honor de Gusi, para que mires lo que te puede tocar si vienes a verme.

Manuel IV

El coche patrulla blanco y azul volaba con naturalidad a través del tráfico y la sirena ululaba enarbolando su sonoro látigo. El vehículo se bamboleó al girar en la esquina, inclinándose peligrosamente.
- Tranquilo. Llévame allí... vivo- aconsejó el hombre del asiento trasero, oficial de policía.
Había subido al coche en movimiento, como en cualquier película, cerrando la puerta cuando las ruedas comenzaban a rodar. Los minutos contaban.
- Cuando estemos a cinco o seis manzanas de distancia, desconecta la sirena -ordenó.
- Sí, señor.
- ¿Cuánto tiempo lleva allí arriba?
- El sargento dijo que veinte minutos. Tal vez un poco más.
- Está bien -concluyó el oficial, reflexivo.
"Veinte minutos", pensó. Probablemente él se encontraba ya cerca del momento crítico. Tendría dudas y su mente sería un caos. Lo sabía, no sólo por ser experto en suicidios, sino porque era su trabajo y desgraciadamente había vivido aquella situación demasiadas veces.
- Comisario -inquirió el conductor-, ¿qué piensa decirle?
- ¿Qué le diría usted?
El agente sacudió la cabeza, manteniendo la vista fija en la enorme congestión de tráfico y de personas a la que se aproximaban.
- Desconecta la sirena -recordó el oficial al chofer.
El coche aminoró la marcha y se deslizó sorteando a los otros automóviles y a un gentío que empezaba a ser preocupante. El comisario deparó en una mujer que miraba en dirección al edificio. Llevaba a un niño de unos cuatro años de la mano, como si hubiesen venido a presenciar una función de circo. Un locutor de radio había difundido la noticia y decenas de curiosos se encontraban ya en el lugar de los hechos. Esto constituiría un problema añadido.
- Empieza por apartar a toda esa gente de aquí. Pide ayuda.
El conductor buscó el micrófono y el oficial se marchó a través de una confusa maraña de coches y personas. Cuando llegó a las proximidades de inmueble, vio el camión de bomberos, la ambulancia y otros dos coches de policía. Los agentes, al igual que la muchedumbre, permanecían con la vista clavada en la cúspide del Adelfa.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Dr. Jekyll & Mr. Hyde

La casa del Dr. Jekyll tenía dos puertas. Una daba a una hermosa plaza y la otra a un callejón sombrío. Por ellas entraban y salían de sus contradictorios mundo el investigador que desafió con sus experimentos a la Providencia y el personaje monstruoso que él creó a través de su propio desdoblamiento. Dos puertas que simbolizan los dos lados enfrentados y atrayentes, en los que habitan no sólo el Dr. Jekyll y el maléfico Mr. Hyde, sino, todos los humanos. Porque esta claro que tenemos dos caras. Los seres humanos somos paradójicos. Existe en nuestra esencia bondad y maldad, dignidad e indignidad, inteligencia y torpeza. Nos seria conveniente saber mirarse al espejo de los dos lados, valorarse y sorprenderse en las dos actitudes de la vida y valorar, de verdad, cuál de las dos es la más auténtica, cuando se alteran y cuál podría llegar a adueñarse de la otra, para decir, como dijo Jekyll: "ese también soy yo".

viernes, 26 de noviembre de 2010

Manuel III

La señora Inés canturreaba desde la terraza de su pequeño piso en la quinta planta del bloque contiguo del edificio Adelfa. Estaba contenta, la mañana le había cundido como pocas. Eran apenas las doce y el almuerzo lo tenía a punto de hervor, el polvo quitado y la colada del día casi lista también. Apenas si le quedaban un par de piezas por colgar en el pequeño tendedero para interior que le regalara su hijo mayor el día de su compleaños. El buen provecho del mañaneo bien merecia un respiro, por eso abrió la ventana de la terraza y atisbó el exterior. La pelandrusca del bloque de enfrente tenía aún la persiana echada; habría tenido mucho "trabajo" la noche anterior y acostado tarde.
Así bien que podía vivir en un apartamento tan lujoso. Siguió su recorrido ascendente. En la sexta, las banderas de los despachos oficiales ondeaban ligeramente, y los amplios ventanales dejaban entrever parte del trasiego interior, pero allí siempre había poco que ver. Con la oficina del director de la compañia de seguros del octavo, tampoco tuvo mucha suerte. La persiana estaba alzada y la ventana de par en par, pero los visillos blancos sólo dejaban ser algunas siluetas confusas. Lástima, le hubiese gustado saber qué tal iba el romance del jefe con su secretaria. Como mujer que era, doña Inés sabia que ella estaba al caer.
Dio por concluida la inspección rutinaria, la verdad es que había sido poco sustanciosa. Después de cerrar la ventana y apartarse de la terraza, la mujer quedó unos segundos pensativas. Algo desentonaba en el conjunto, algo no habitual había quedado fugazmente en su retina. Se asomó de nuevo, entonces lo descubrió. ¡Dios mío, era imposible! ¡En lo alto del Adelfa había un hombre sentado en el petril!.
Se precipitó hacia el teléfono. Aquel día a doña Inés se le quemó la comida.....
J.J

De Todas Maneras

Pienso y no pocas veces, que la gente es irrazonable, ilógica y egocéntrica, pero de todas maneras y no se por qué, la gente me gusta.
Si haces el bien, la gente te acusará de motivos ocultos interesados. Doy fe de ello, pero de todas maneras, siempre que puedo hago el bien.
Si la diosa fortuna me acompaña, siempre tengo algún falso amigo a la espada y cómo no, verdaderos enemigos dispuestos arrancarme las entrañas. Pero de todas maneras, me gusta prosperar.
Si hago el bien hoy, mañana seguramente será olvidado, pero de todas maneras, siempre que puedo, hago el bien.
Dos virtudes, la Honestidad y la Franqueza te hacen siempre vulnerable. De todas maneras, a mi siempre, siempre, me gusta ser honesta y franca.
A veces me ha pasado, que he construido algo, y me ha costado varios años hacerlo, y de repente en una sola noche a sido destruido. De todas maneras, sigo construyendo.
Veo que la gente necesita ayuda de verdad, pero muchas veces me han atacado si he intentado ayudarles. De todas maneras, sigo ayudandoles.
Intento ofrecer lo mejor que tengo al mundo, y pocas veces, o ninguna me lo reconocen. De todas maneras, sigo ofreciendo al mundo lo mejor que tengo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Manuel II

La azotea tenía un lecho de grava gruesa que crujió bajo sus pies con un sonido sordo y metálico. El avanzar no fue tarea fácil. Le costó sortear los delgados alambres que, a modo de "vientos" y amarrados por todas partes, sujetaban dos enormes antenas; en la primera, Manuel reconoció la típica de televisión; la segunda, no estaba seguro si se trataba del repetidor de alguna emisora de radio. En el centro, como un enorme plato bocarriba, una parabólica de la que salían un montón de cables, dificultó aún más el paso del hombre.
La estrecha y descalichada pared que bordeaba todo el perímetro de la cima del edificio, no sobrepasaba los setenta centímetros de altura y era lo único que le separaba de un abismo de casi treinta metros. Manuel miró el pretil y avanzó con paso decidido. "Nadie cae de un precipicio si  antes no se acerca deliberadamente a él". Lo había leído en algún sitio y recordaba la frase con exactitud, pero aquélla era sólo una verdad a medias. Fuese quien fuese el autor de la máxima, ignoraba que a veces hay cientos de manos, de razones invisibles que te empujan, puede que sin saberlo, pero que te empujan hacia el vacío.
"A mí con frases filosóficas". La reflexión casi la hizo en voz alta, en el momento en que llegaba hasta el pretil. Se asomó. El viento le pegó de inmediato en la cara aliviando la sudoración que había comenzado a perlar su frente. Abajo, las primeras sombras caían por las numerosas ventanas de aquella parte del edificio y la luz se encontraba en las copas de los árboles ocultando a trozos la calle, en un contraste de matices y formas realmente curioso. Los automóviles, en verdadera riada, ponían un contrapunto brillante y cegador al contacto con los rayos solares que, a aquella hora del mediodía, convergían perpendicularmente sobre ellos. Y con todo el conjunto, la gente; de un lado para otro, embuída en sus propios problemas, presurosa y, desde la altura, diminuta y casi ridícula en sus movimientos de conejillos asustados; ajena del todo a la silueta humana que por encima de sus cabezas se recortaba sobre el ático del Adelfa.
Manuel repitió de nuevo aquella mueca característica en él. Como le había ocurrido toda su vida, la gente seguía ignorándole. Incluso en aquel día en que se disponía a poner fin a su existencia, le ignoraban. Pero esta vez sabrían que él, por una vez no iba a pasar inadvertido, por una vez él sería el protagonista. No era algo premeditado, lo había decidido de pronto, mientras observaba, desde aquel lugar privilegiado, el deambular indiferente de aquella plebe de desconocidos: no iba a morir en el anonimato. Tan sólo lo sentía por su madre. La pobre vieja no merecía ese dolor y por eso se decidió por aquel lugar, lejos de su domicilio. Pero, aparte ella, se iba a ser visible para cuantos quisieran disfrutar del espectáculo.
Pasó una pierna sobre el pretil, luego la otra. Se sentó. Resultaba paradójico, pero se encontraba cómodo. Los treinta centímetros de pared le permitían una relativa estabilidad. Sus piernas colgaron oscilantes. Una piedrecilla desprendida del muro se precipitó al vacío, Manuel la siguió con la mirada y empezó a contar con una voz tan rara que no le pareció la suya: "uno, dos, tres..." La piedra rebotó contra la acera. Diez segundos. Él tardaría menos.......
J.J

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Plantilla de un hostipal japonés

Hostipal Aki Temato

- Director: Dr. Sekuro Ketekura
- Anatomía patológica. Dr. Revisao Enchikito
- Drematología: Dr. Tukuero Taduro
- Endoscopias: Dr. Temeto Tubito
- Fisioterapeuta: Dr. Tesuda Toíto
- Geriatría: Yayospor Untubo
- Ginecología: Dra. Tesano Lacosa y Dr. Tesobo Tuteta
- Hematología: Dra. Tefluye Plaketa
- Labotarorio: Dra. Temira Tukaka
- Medicina Preventiva: Dra. Tumumal Kelosepas
-Neumología: Tutose Mufuete
- Neurología: Dr. Saturo Tukoko y Dr.a Tarrota Tujeta
- Obstetricia: Dra. Tepalpa Podentro
- Odontología: Dr. Tekito Lakarie
- Oftamología: Dr. Temiro Lozojo
- Otorrinolarongología: Dr. Yosi Tesako Mokito
- Pediatría: Dr. Tekuro Lonene y Dra. Joderon Lokrio
- Proctología: Dr. Temiro Kulete y Dra. Tukulito Sakayama
- Radiología: Dra. Temola Lafoto
- Reumatología: Tarreglo Tuweso
- Urologia: Dr. Tunawo Taduro.

martes, 23 de noviembre de 2010

Porque me apetece



Pero la verdad, clara brilla hoy, y
nítida su música, sonó...
nuevas sensaciones, nuevas emociones, se
expresan ya purísimas, en tí.

El velo del fantasma del pasado, cayendo deja
el cuadro inmaculado y se alza un viento
tímido de amor, de puro amor...
y recubrote, dulce amada que, no sabe el camino,
mas sabe que de verdad.

Manuel I

El Adelfa era un edificio de diez plantas, céntrico y, sobre todo, lujoso. Manuel lo había elegido como podría haber elegido cualquier otro. En definitiva, sólo iba a entrar en él para matarse.
El conserje le siguió con la mirada hasta que el ascensor abrió sus brillantes párpados de acero y el hombre subió; pero no dijo ni hizo nada.
De unos cuarenta años, bien vestido y aseado, su aspecto no denotaba nada sospechoso; si acaso lo tenso del rostro y sus ademanes algo nerviosos. Y aunque el empleado tenía órdenes de filtrar, en la medida de lo posible, las entradas al edificio, pensó que aquel individuo era uno más de los que diariamente acudían a las numerosas oficinas entres la cuarta y la octava planta.
Pero no fue así. Manuel bajo en el piso décimo, el último, hizo caso omiso al descolorido cartel que anunciaba "Prohibido el Paso", y accedió a un pasillo en penumbra. Un ventanuco con celosía metálica filtraba la luz de occidente en aquella mañana de verano, estrías que se quebraban contra las paredes y contra el estrecho y deslucido tramo de escaleras que terminaba en la puerta de paso a la azotea del edificio.
Se extrañó de que un lugar como aquel tuviese un acceso tan fácil; aunque, bien mirado, y siendo la azotea no visitable, poco sentido tenía el que alguien quisiera llegar hasta allí. La puerta, asegurada únicamente por un cerrojillo de latón, chirrió al abrirse como si no la hubiesen engrasado en toda su vida, y probablemente así era. Manuel hizo una mueca. Lo descuidado del lugar contrastaba en exceso con lo suntuoso del inmueble y venía a confirmar algo que supo desde siempre: las apariencias engañan. Y más aún; en realidad, la vida no era nada más que eso, apariencia: el engañoso escaparate de un comercio repugnante.........

J.J.

134 años Manuel de Falla y Matheu

ÉSTE ES UN AMOR

Éste es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.

Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene remedio, ni salvación
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.

Éste es un amor rodeado de jardines y de luces
y de la nieve de una montaña de febrero
y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel
y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega el amor y luego las manos
esas terribles manos delgadas como el pensamiento
se entrelazan y un suave sudor de "otra vez" miedo,
brilla como las perlas abandonadas
y sigue brillando aún cuando el beso, los besos,
los miles y millones de besos se parecen al fuego
y se parecen a la derrota y al triunfo
y a todo lo que parece poesía y es poesía.

Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos orígenes:
vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos
y a lo ancho de los países
y las distancias eran como inmensos océanos
y tan breves como una sonrisa sin luz
y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia
y me sumergía en sus ojos en llamas
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me olvidaba de mi nombre
y del maldito nombre de las cosas y de las flores
y quería gritar y gritarle al oído que la amaba
y que yo ya no tenía corazón para amarla
sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano.
Y yo veía que todo estaba en sus ojos "otra vez ese mar",
ese mal, esa peligrosa bondad,
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe
y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros,
hasta el alma y hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el espléndido metal de sus muslos,
ya lo saben las fotografías y las calles
y ya lo saben las palabras y las palabras y las calles y las fotografías
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma
y no llorar de amor.

Mel

lunes, 22 de noviembre de 2010

En el Recuerdo

A ti la que me inspira obedezco y deseo...
 
A ti la que me inspira obedezco y deseo
a tu invisible huir y tu errante venir
hacia la honda cuna del ritmo tú me llamas
trayéndome la concha de la profundidad.

Son sin fin son sin fin los diluvios caídos
corazones que a tiempo probaron su fragancia
aquí están todavía las palabras perdidas
y yo compongo un verso de saber y perdón.


Carlos Edmundo de Ory

Maestro Guerrero