lunes, 20 de diciembre de 2010

Elisa, ya no vive aquí

_ Pase señora X, la estaba esperando. Sabía que vendría.
La mujer, de unos cincuenta años, de ojos cansados y facciones soñolientas, aparentaba más edad de la que tenía. Intentó un esbozo de sonrisa, pero sólo consiguió aumentar sus arrugas, como si una red invisible pugnase por extenderse sobre su rostro. Se apartó del umbral e hizo un gesto con la mano, invitándome a entrar; pero no me moví. De hecho, cuando llamé a la puerta, dudaba cómo presentarme y qué decir, y ahora la familiaridad de la buena señora había obrado el efecto contrario, confundiéndome aún más. Permanecí inmóvil algunos segundos, con cara de aturdida, hasta que por fin reaccioné.
- ¿Me conoce usted? - pregunté con un hilo de voz.
-  Naturalmente. Elisa nos habló mucho de usted.
- ¿Está ella? - volví a inquirir algo insegura.
- No, no está - dijo la mujer al tiempo que repetía el ademán para que pasase al interior. Noté el temblor de su voz y un débil aleteo en sus labios que se hizo mucho más perceptible en la última sílaba.
Entré al fín en la vivienda. En el estrecho trozo de pasillo que hacía las veces de recibidor apenas había cuatro cosas. Estaba embaldosado con convencionales losetas cuadradas blancas y negras. El aspecto ajedrezado no habría sido muy acogedor para quien hubiera padecido complejos de inferioridad, o se sintiese un peón movido por las circunstancias. Para mí, por ejemplo. Una percha algo deslucida, justo detrás de la puerta; un taquillón sobre el lateral que, a pesar de sus reducidas dimensiones, dificultaba aún más el paso; un espejo de filos dorados justo encima de él; y, a la izquierda, en el otro lateral, una gran foto enmarcada, formaban todo el mobiliario del pequeño recibidor. La foto era de Elisa. Estaba preciosa. Tan preciosa como aquel día en la playa, cuando la conocí...
J.J.

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