sábado, 11 de diciembre de 2010

Una Cruz en el Camino

Eran las 7:30 de la mañana. Bostecé una vez más ante el semáforo en rojo y encendí el primer cigarrillo del día. Miré la cara del conductor del coche de al lado e, instintivamente, observé la mía en el espejo retrovisor. Necesitaba asegurarme de que mi rostro no tenía la misma pinta de malos humos que había observado en el de aquel sujeto. Bien era cierto que a aquella intespectiva hora la mayoría de los que, por motivos laborales, nos desplazábamos a la capital, presentábamos un semblante parecido: soñoliento, aburrido y, en algunos casos, malhumorado; pero el de aquel tipo era un compendio ampliado y mejorado de todo lo anterior.
Y, además, tenía prisa. Cuando el semáforo pasó a verde, apenas si alcancé a ver sus luces traseras, desapareciendo tras la curva siguiente. No sé para qué tanta prisa, me dije, por mucho que corriese seguro que me lo encontraría a la entrada de la ciudad: las colas eran inevitables.
Giré en la rotonda y me dispuse a tomar la autovía. Una curva más a la derecha y me estaría esperando, como todos los días....

J.J.

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