miércoles, 1 de diciembre de 2010

Manuel VIII

Lo primero que siente Manuel es un terrible golpe en el hombro y parte del cuello que le hace dar casi una vuelta completa en el aire y perder la consciencia. De aquel estado se despierta años después, según le parece, a causa de la dolorosa presión que siente en la cabeza y parte del pecho, como si estuviera a punto de estallar. Dolores terribles, penetrantes, le laceran el cuerpo desde el cuello hasta los pies, recorriendo todos los ramales de su sistema nervioso. Estas sensaciones no van acompañadas de pensamientos, como si la capacidad de pensar hubieses sido borrada de un plumazo y ya sólo fuese capaz de sentir. También ve; de hecho puede observar como todo a su alrededor, incluido él mismo,  está envuelto en un halo luminoso, resplandeciente. Después, con espantosa brusquedad, la luz que le envuelve sube hasta el cielo acompañada de un ruido estremecedor. Un terrible fragor resuena en sus oídos y todo es tinieblas. De repente, la facultad de pensar queda restablecida en él.
Abre los ojos y ve una luz enorme sobre su cabeza y al instante el rostro comprensivo del hombre de la azotea, interponiéndose entre él y la luz cegadora de un sol que, por primera vez en mucho tiempo, le parece maravilloso.
-Ha tenido suerte, el mástil de una de las banderas del sexto desvió su trayectoria y fue a parar sobre un árbol que amortiguó su caída. Creo que saldrá de esta. Procure no moverse, enseguida le llevaremos al hospital. ¿Quiere que avisemos a alguien? -el comisario se inclinó aún más sobre él, en espera de una contestación.
Manuel susurra, pero no está seguro de que le hayan entendido. Quiere ver a su madre. Vuelve a perder el conocimiento camino del hospital y despierta en un sala completamente blanca. Se siente mareado, y aunque los dolores han amainado algo, las nauseas le hacen estremecerse y convulsionarse como un poseso.
La puerta blanca se abre a los pocos minutos y una venerable anciana bañada en lágrimas corre hacia él con los brazos abiertos. En el momento en que va a estrecharla entre los suyos, siente un terrible golpe en la nuca que le aturde por completo. Después, sólo oscuridad y el más sepulcral de los silencios.


Manuel estaba muerto. Había fallecido instantáneamente segundos después de iniciado su vuelo. Su cuerpo, en una postura grotesca, yacía en un gran charco de sangre sobre la acera del edificio Adelfa.
J.J

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